24 de enero de 2011

El Hombre que anhelaba ver el amanecer.

Mateus Ferguson, tenía tan solo quince cuando ocurrió aquel accidente que cambiaría para siempre la suave sintonía de su vida.
El auto de su padre Sigmund Ferguson, un Rolls Royce aparentemente conducido por un mayordomo desquiciado, termino a más de un kilómetro de distancia justo donde un sauce de mas de 30 años de edad yacía completamente imponente, tranquilo, con hojarasca por debajo de él, con raices tan fuertes que no sufrió el menor rasguño cuando el pedazo de hojalata se impactó sobre su indomable tronco.
Pareciera como si el auto hubiese sido degollado por un inmenso cuchillo invisible, ya que al momento del impacto éste se partio en dos lanzando al hoy difunto mayordomo por los aires, incluyendo a Mateus que, después de describir 3 volteretas completas por el aire, aterrizo en un monticulo de piedras dejandolo inconciente, no sin mencionar invalido para toda su vida.
¿Su padre? – El muy bastardo había sobrevivido a aquel percance, sin embargo la culpa lo fue acabando poco a poco hasta que un día lluvioso de noviembre, justo antes del décimo octavo cumpleaños de Mateus, se quitó la vida con el viejo mosquete del abuelo Elphias.
El trágico accidente del muchacho fue un golpe muy duro para la familia Ferguson sin embargo el dinero nunca fue problema alguno. El señor Sigmund tenía un trabajo muy cómodo, donde disfrutaba de ganar buen dinero por medio de la explotación de gente de color en los campos, sembrando, cosechando y trabajando la tierra día y noche.
No sólo obtenía ganancias extremadamente altas gracias al desprecio y maltrato de aquellos hombres, si no que se ganaba el respeto del pueblo por ser el mejor agricultor en la zona. Por otro lado, su mujer doña Carlota Salem (gustaba de utilizar su apellido de soltera cada que salía de farra con sus amigas, a jugar un clásico jueves de bingo) era una mujer rechoncha, descendiente de los Altos de Salem, una familia tan respetable que, tan solo con mencionar el apellido, la boca del locutor se llenaba de flores y alabanzas hacia aquellos que osaban nombrarse "Los Altos de Salem".
Aquella mujer disfrutaba de charlas amenas y afables con hombres atractivos que solían beber en los Pubs de las afueras de la ciudad, donde evidentemente el Señor Ferguson jamás tuvo el placer de entrar. Era conocida como la señorita Salem aunque en realidad ya tuviera 10 años de casada con su marido. Podría describirse como desagradable, la forma en que  esta –diva– trataba de conquistar a los hombres de aquel bar, vistiendo prendas semi transparentes, sostén con relleno, e incluso, llegar a la vergüenza de no portar prenda interior debajo de la ropa.
Laura, la hermana mayor de Mateus, era una persona tan distinta a lo que reflejaban sus padres. Su madre siempre se había avergonzado de ella, por ser una niña bastante culta, llena de cualidades que su madre no tendría en mil años. La capacidad intelectual de Laura era tan ávida, que recibio varios premios por parte de la Universidad de Humbleton, por la dedicación, esfuerzo, y su notable habilidad por el estudio. Se mudó de casa a los 19 años, justo antes de finalizar sus estudios a una pequeña residencia ubicada a las afueras de la ciudad, sin embargo siempre regresaba a la mansión de los Ferguson para visitar a su hermano.
Justo cuando el accidente tocó tajantemente la puerta de Los Ferguson, Laura dispuso de todos los ahorros de su vida para salvar a su hermano. La señora Salem sin en cambio, mostro un evitente desinterés por la salud de Mateus, mientras que el señor Ferguson por su parte, se encerraba todos los días sin falta, en su despacho hasta altas horas de la noche. Cuando todo estaba tranquilo en las penumbras de aquella mansión, se escuchaba el alboroto que causaba el hombre pasado de copas, tratando de llegar a sus aposentos para descansar de su cruel pesadilla. Muchas noches durante los siguientes tres años fueron monotonamente iguales, por no mencionar "peculiares".
El Doctor Chapman, era aquel sujeto que disfrutaba de –el semblante de sufrimiento– en sus pacientes, por causa de alguna enfermedad. Su extraña costumbre de fotografiar a sus pacientes mientras padecían una agonía interminable, se había producido años atrás mientras hacía su internado en una Ciudad desconocida de Rusia. Aparentemente lo que vio dentro de ese hospital, dejo tan loco al Doctor, que sus traumas fueron sosegados por el morbo de ver a la gente sufrir. En el ático de su casa se podia apreciar  una ominosa colección fotográfica, adherida a la pared con cinta adhesiva, que mostraba gente a punto de morir; con extrañas enfermedades faciales; con los ojos desorbitados debido al exceso de medicamentos que éste extraño hombre administraba a sus pacientes, entre otras no menos grotescas imagenes de abortos, cirujías fallidas y miembros seccionados. Una causa sin importancia para el Señor Ferguson quién había entablado una fuerte amistad y hermandad con el Doctor Chapman cuando eran tan solo unos jóvenes, hace ya algunos años.
El caso de la discapacidad de Mateus fue llevado completamente por Chapman, sin embargo no hubo mejoría en  el estado del muchacho con el transcurso de los años venideros. Laura quien no pintaba ni un pelo de idiota, era la única que se daba cuenta de que, el estado de su hermano empeoraba con el paso de los años al punto de que, a sus 18, Mateus lucía como un hombre de 30 años.
Fueron tiempos duros para Laura, debido al desinteres que mostraban sus padres por el poco avance de Mateus, dejando el caso por la paz, sin mover un dedo.
Un día antes de la muerte del señor Ferguson, la señora Salem se había liado con un par de hombres, aparentemente muchisimo más ricos que su marido, obligando a la señora a abandonar a la suerte a sus hijos, y escapando de su fría realidad. Cinco días después habían encontrado el cadaver de la galante dama flotando a las orillas del Rio Saliente, con gigantescos cardenales en la parte baja de sus piernas, y su aparato reproductor completamente destrozado.

Los hermanos Ferguson quedaron a la deriva de la soledad, pero no fue mucho problema gracias al buen trabajo que Laura había conseguído años atrás en una Fábrica de Electrodomesticos.
La muerte de sus padres permitió a Laura buscar un mejor doctor para tratar con la extraña enfermedad de Mateus, y cuando él llegaba a sus 19 años de vida, mostró señales de movimiento en sus lánguidas piernas que no estaban del todo perdidas.
En los años siguientes, todo fue mejoría para los hermanos. Mateus se casó con su enfermera, quien se había enamorado del muchacho cuando ella cuidaba de él. Su hermana Laura se juntó con un adinerado Gerente, quién sería el autor actual de la muerte del Doctor Champan, debido a su negligencia médica. Los años pasaron desapercibidos en la vida de ambos.
Mucho tiempo después, la desfortuna cayó sobre la familia de Mateus, cuando sus hijos y esposa murieron asfixiados por una fuga de gas, aparentemente hecha a proposito por un asesino hasta hoy desconocido en su totalidad.
Mateus estaba destrozado, se encontraba solo, y dejo derrivarse por la tristeza durante 5 años. Comía a deshoras, y el insomnio lo había acabado por completo. Los rumores del pueblo recorrían rápidamente por los oídos de los ciudadanos, describiendo a un funesto hombrecillo, llorandole a tres tumbas en el cementerio Municipal, todas las noches, con una botella de ron en mano y en la otra un pedazo de papel, aparentemente una fotografía.
El señor Mateus Gerald Ferguson, se había vuelto amargado, y decidió enclaustrarse en su hogar hasta la vejez...
El claro avance que había permitido a Mateus volver a caminar, se desvaneció en los siguientes años, dejándolo inmovil e inservible, en una silla de ruedas.
Laura desapareció durante muchos años, y un día de verano, un cartero apareció en la puerta de Mateus portando un telegrama que describia la inexorable muerte de su hermana en un accidente automovilistico, corriendo la misma suerte que el mayordomo cuando Mateus tenía tan solo quince años. El viejo se dejo morir lentamente, y las malas noticias no dejaban de llegar a la puerta de su hogar... 


Hacía años que no disfrutaba de ver un amanecer en la Colina de la ciudad, donde los colores del sol manchaban el azul celeste del cielo, pintandolo de naranja y amarillo fusionados con un ardiente rojo a lo lejos en el horizonte. Sin embargo, ya era demasiado viejo como para subir la empinada cuesta de la colina, y sus piernas habían dejado de funcionar hace muchísimos años.
La idea no dejo al viejo dormir tranquilamente, y cada día nuevo para nosotros, y uno más viejo para él, se levantaba dificilmente de su cama, se colocaba en su silla de ruedas y avanzaba hasta el umbral de la ventana mirando hacia la nada, en la profundidad del cielo azul.
Su muerte estaba tan cerca que Mateus sentía el frío manto del descanzo eterno cobijar su espalda, los últimos días de diciembre....

Eran las 6:00 am cuando bajó con cuidado las escaleras de su hogar (de joven había aprendido a valerse por sí mismo, y habia aprendido tantas cosas como discapacitado que hoy ponía en función). Se colocó con cuidado en la vieja silla de ruedas que le había regalado Laura hace una década.
Abrió la puerta de su hogar, y dejó la llave bajo el tapete que tenía las letras de BIENVENIDO gastadas y despintadas a causa del sol.
Se dirigió por la calle principal de la ciudad hasta llegar a una pequeña privada con destino a la cúspide de la Colina. La calle estaba en mal estado por lo que su silla de ruedas se atascaba de cuando en cuando en pequeños baches formados por las constantes lluvias de abril. Sus manos estaban completamente sucias cuando había llegao al final de la privada y comenzaba la subida hacia el punto más alto de la Colina que era el Mirador de Los Enamorados.
El camino era pura terraceria, y lucía abandonado, debido al asesinato que había ocurrido el 10 de mayo en el Mirador, por lo que el presidente había decidido cerrar aquella atracción turística que solo atraía a reporteros y columnistas de otras ciudades.
Subió con dificultad el primer kilómetro, y detallando que solo la silla de ruedas era un estorbo más, se bajo de ella, soltandola.  La silla corrió cuesta abajo a gran velocidad estrellandose con una vieja fuente de marmol, donde se bañaban las aves matutinas y las ardillas bebían agua alegremente.
Los siguientes dos kilómetros fueron los más dificiles de su vida, puesto que iba reptando en el piso como una serpiente para poder alcanzar un sitio donde pudiera disfrutar de la bella vista.
Pareció eterna la travesía cuando al fin había llegado al mirador, con sus ropas manchadas de fango, y roídas por el suelo empedrado, más o menos a las 4 en punto.
Siguió reptando en la superficie de tierra hasta alcanzar una pequeña banca que se encontraba semidestruída a causa del vandalismo juvenil.
Se sentó y esperó un largo rato mientras su cuerpo y alma descanzaban el enorme esfuerzo empeñado cuesta arriba.
La decepción llego al corazón de Mateus cuando, al levantar la mirada se encontro con un obstaculo que le impedía ver el amanecer con claridad. El edificio Evans, construído por el difunto esposo de Laura, era una gigantesca columna con pequeñas ventanas,  lo suficientemente grande como para impedir una hermosa vista hacia el horizonte.
Decepcionado, bajó del lugar donde se encontraba, y se arrojo contrá el piso por segunda vez, para reptar hasta el punto más alto de la colina para degustar de aquella maravillosa creación de Dios.
Eran las once en punto cuando Mateus llegaba al punto más elevado, que estaba completamente dominado por la oscuridad de la bella noche. Hacía una brisa cálida en el aire por lo que no fue necesario llevar cobija. Por primera vez en años, su estomago exigía a voces alimento para saciar su brusquedad. Mateus no había preparado suplementos para su viaje final.
Estuvo sentado al son de la luz de luna observando las estrellas; catalogando los astros aparentemente lejanos de él, soñando con tocar por al menos una vez en toda su vida aquellas formaciones de luz ubicadas a eones de años de distancia de aquel insignificante hombre. Observo una y otra vez  el horizonte, sin parpadear un instante, hasta que, un par de horas después pudo apreciar el momento más grandioso que había vivido años atrás con su esposa:
El cielo poco a poco se fue pintando de un naranja tan nítido fusionado de amarillo y rojo, desvaneciendo de tanto en tanto el azul del cielo. Una a una, las estrellas fueron desapareciendo en el umbral carmesi de aquel cielo matutino, dejando a la vista una enorme esfera de color amarillo que derramaba rayos de luz por toda la colina, describiendo un hermoso espectaculo para los ojos de Mateus.
El sol fue asendiendo lentamente hasta llegar a una pocision adecuada donde la luz del día iluminó por completo la ciudad de su infancia, trayendo recuerdos y añoranzas al anciano sentado en el suelo lleno de hierba. Las lagrimas rodaron por sus ojos llenos de arrugas, reflejados en el cielo con un tono azul celeste en la pupila.
El espectaculo pareció eterno, pues Mateus disfrutaba cada instante de aquel amanecer.
Pareciera como si el tiempo se hubiese detenido en aquel instante, cuando el anciano disfrutaba de aquel paraje. Mateus, estaba completamente tranquilo, sosegado, himnotizado por el flugor de aquel amanecer. Dió dos grandes suspiros que se quedaron al viento como si fueran memorias que describian aquella añoranza de años, cumplida al fin.
Respiro profundo una vez... dos veces... tres veces... y se quedó inmovil durante un largo rato.
Mateus Gerald Ferguson, de 96 años dejó de respirar a las 9:39 del 23 de diciembre de 2010. Ahora, se encontraba en un lugar mucho mejor que el de su imaginación.



Gracias por Leerme.

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