31 de mayo de 2011

El camino

Me senté a un lado del piano, y pensé durante cinco minutos en cosas estúpidas para todo el mundo, bastante importantes para mi. Han pasado ya varios días desde que me dí cuenta que la rutina empieza a dominar mi vida, y por más que trato de salir de ésta para evitar letargos de aburrimiento, siempre vuelvo al mismo camino, no sé realmete porqué; aun estoy en la investigación de ello, aplicando diálogos internos y entendiendo mi entorno de una manera razonable.
Cuando me acerqué al pensamiento que quería mientras meditaba, me di cuenta, que siempre quise experimentar aquella fantasía donde te tirabas en el pasto y mirabas el cielo completamente azul, contemplando el pasar de las nubes; tal y como lo hacen las personas en las películas...."Sin hacer nada"
A mi me gustaría tirarme en el pasto, con mis audífonos, para no escuchar la naturaleza enmudecida por los sonidos de la ciudad, ni mucho menos escuchar mis pensamientos; me gustaría tirarme con una cajetilla completita de cigarrillos, o sin ellos, da igual. Pensar en todas las cosas que hago y que evado no servirá de nada. Simplemente me dejaré llevar por la tonada del Reggae de Marley y Los Wailers, o entorpecer mis pensamientos con aquellos acordes de Jazz que tanto amo, y mientras pasan las horas en el reloj del celular, me gustaría ser uno con la naturaleza; de a perdida ser solamente yo y mi mundo.

12 de mayo de 2011

Mi amigo Chuy.

Celebrando los 50 posts de éste escritor loco. Les dedico la primera historia de mi recopilación de "Relatos más allá del sueño" escrito meramente por mi. Espero que les guste el primer relato. Las experiencias que describo en mis cuentos, son meramente imaginarios, el parecido con cualquier persona, es mera coincidencia.
Si quieren el PDF del libro completo, pidanmelo. Estará disponible a partir de Julio 17 de 2011.


Relato 1: MI AMIGO CHUY (autor: D.M. Vazquez)


¡Hola! Mi nombre es Jesús. Tengo siete años; mi papá se llama José y mi mamá se llama María. Sus nombres son igualitos al de los personajes del libro que mi abuela me lee siempre que me porto mal. Es un librote, bien gigantesco con hojas que son casi transparentes. El lugar a donde vamos los domingos también tiene el mismo librote, creo que se llama “La biblia”. El señor que lo lee, es un viejito que se viste con el vestido de su mamá. A mi y a Chuy nos da mucha risa porque no se pone pantalones como nosotros. Además es bien enojón, pues siempre que Chuy y yo queremos jugar, se enoja mucho y nos dice que  vamos a ir a un lugar lleno de gente triste, y mucho fuego, llamado el infierno.
–Mi mamá no me deja jugar con cerillos.– le digo yo al viejito enojón con una sonrisota en mi cara, porque soy un niño que quiere portarse bien, y dice mi abue que debo de obedecer a mis papás porque si no me van a salir unos cuernotes de chivo en la cabeza, y una cola de vaca en mis pompas. ¡Y a mi no me gustan ni los chivos ni las vacas! Una vez fuimos a un zoológico cuando yo estaba bien chiquito y una vaca me dio una patada. Dice mi primo Tomás que volé por los aires como si fuera “El Chico Maravilla”, una caricatura que nos gusta ver a mi mamá y a mí, después de comer.
A mi me gusta mucho tomar refresco y comer papitas. ¡Saben bien ricas! Siempre que voy de visita al campo, mi abuelita me da 10 pesos si me porto bien y no le rezongo a mi abuelito y le ayudo a barrer el patio. Tengo una alcancía en forma de cochinito amarillo, donde hecho los 10 pesos que siempre me da mi abue, y a veces, cuando no los hecho a mi alcancía, me los llevo a la escuela y me compro una bolsota de papas y un refresco bien grandote para compartirlos con Chuy.
En la escuela me va muy bien, aunque no tengo muchos amigos como Rodrigo, el niño que se sienta hasta en frente. Es el favorito de la profesora, pues siempre que revisa la tarea, a él  le pone 10, y a mi me pone un ocho. Mi papá dice que soy un idiota por sacar ocho. Aunque no sé que sea eso. Creo que es una mala palabra porque el otro día se la dije a Rodrigo, y la profesora me mandó a la dirección. Lo bueno fue, que no fui a clases en toda la mañana. Lo malo, fue que no pude jugar con Chuy a las escondidillas, y no me comí la torta de jamón que me pone mi mamá para el recreo. Ese día mi papá fue por mi y me pegó una patada en la cola por portarme mal. Me dijo que si lloraba me iba a dar un puñetazo. Pero yo no lloro como las viejas; yo soy bien macho y me aguanté la patada que mi papá me dio. Seguro está bien orgulloso de mi, porque ya no lloro.
De camino a la casa, mi papá pasó al parque para ver a una señora de vestido bien chiquito. Me reí mucho con Chuy, porque a la señora se le veían los chones. Creo que son mejores amigos mi papá y ella, porque se abrazan mucho siempre que se ven, y mi papá a veces le agarra la cola a la señora, cuando piensa que yo no estoy viendo. ¡Fuchi!
Me gusta mucho que mi papá vea a su amiga, porqué siempre que la va a dejar a su casa, pasamos a la juguetería y me deja escoger el juguete que yo quiera. Me dice que no le diga nada a mi mamá, porque se enojaría mucho y mi papá me castigaría por chismoso. Dice que los chismosos son “bien putos”, y les cortan su cosita para hacer pipi por andar diciendo cosas que no deben. A mi no me gustaría que me cortaran mi cosita para hacer pipi, porque luego… ¿Cómo le hago para hacer pipi?
Todos los días son divertidos para mi, siempre y cuando venga Chuy a jugar conmigo. Nos la pasamos riendo toda la tarde; a veces jugamos a los soldados: llenamos globos de agua y se los aventamos a la señora Dominga, a su patio. Es bien enojona la señora, pero siempre que aventamos los globos nos echamos a correr bien fuerte para que no nos alcance.
A veces nos subimos a los árboles e imaginamos que es un barco pirata. Chuy siempre quiere ser el capitán, pero  le digo que yo también quiero ser Capitán y al final los dos somos los capitanes del barco, con nuestras patas de palo y parches en los ojos, como los auténticos piratas. A Chuy no le gusta comer en mi casa, porque mi mamá siempre hace verduras. Dice que esa comida está bien fea y solo le hace “gomitar”.
En las noches, antes de dormir, mi mamá nos cuenta un cuento a Chuy  y a mí para que durmamos a gusto. Chuy siempre le dice a mi mamá que quiere que lea el cuento de “Hansel y Gretel” una vez más, pero mi mamá nunca le hace caso.
A veces cuando mi mamá no nos cuenta un cuento, Chuy invita a todos sus amigos a mi cuarto, y nos dormimos bien tarde por estar jugando. Me gusta que todos sus amigos se queden con nosotros cuando nos dormimos bien tarde. Solo que en las mañanas siempre me quedo triste porque sus mamás pasan temprano por ellos y ya no tengo la oportunidad de invitarlos a que conozcan mi escuela.
Yo le cuento a mi mamá cuando me va dejar a la escuela; lo que hacemos Chuy, sus amigos y yo en las noches que nos dormimos tarde. Le digo que siempre que ella nos deja en la cama; nos levantamos y comenzamos a jugar hasta que nos cansamos y nos da sueño. Creo que a mi mamá no le gusta que Chuy se junte conmigo, porque siempre que hablo con él, me mira con una cara triste y con lágrimas en los ojos me dice que me tienen que llevar con el Doctor Dante Hernández  para que revise mi cabecita. Yo le digo que Chuy no es malo. Simplemente no le gusta la comida que prepara mi mamá.

Un día, mientras jugaba con Chuy en los columpios, llegaron mis papás por mi a la escuela. Me dijeron que me iban a llevar a la feria, pero que antes teníamos que visitar al Doctor Dante para “revisión de rutina” según las palabras de mi papá.
Me subí al carro y le pedí a mi papa que le abriera el seguro a Chuy, para que pudiera subirse también. Pero  mi papá no me hizo caso, y dejamos a Chuy en los columpios solito. Lloré todo el camino al hospital porque Chuy no iba ir a la feria con nosotros, y no me la iba pasar tan bien como siempre.
Llegamos a un edificio de color blanco, muy parecido a un castillo, solo que el olor de este castillo, era como el de la casa de mi abuelita; olía a patas. Nos sentamos en una sala donde los sillones eran más grandes que los sillones de mi casa. Había mucha gente vestida de colores claros, que gritaba, saltaba, se pegaba, y hablaba con sus amigos que estaban sentados a su lado. Me hubiera gustado que Chuy estuviera aquí conmigo, porque los amigos de esos señores se parecían mucho a los amigos que Chuy siempre invita a mi cuarto para jugar en las noches.
Esperamos muchísimo tiempo, porque me quedé profundamente dormido, recostado en las piernas de mi mamá. Hasta que escuché la voz de la enfermera diciendo que era nuestro turno de pasar.
La habitación donde trabajaba el doctor, era muy bonita. En una habitación más pequeña, había muchos juguetes, plastilina, hojas de colores, un arenero como el de mi escuela, y una mesita con sillitas donde me senté.
El doctor pidió que me recostara en su cama un ratito, y después volvería a jugar; pero yo no quería. Miré a mamá que seguía con su carita llena de lagrimas y movió su cabeza diciendo que si. Soy obediente, y no quiero que me salgan cuernos de chivo y cola de vaca como me dijo mi abue, así que me recosté en la cama del doctor. Su cama además de ser dura, estaba bien fría. Seguro el doctor se portó mal porque su cama no tenía ninguna cobija, y ningún colchón. Le dije a mi mamá que yo no quería dormir aun; que ya había dormido lo suficiente en la sala, sobre sus piernas. Mamá me miró con su carita triste y me dijo que no me preocupara, que todo iba a estar bien.
¡La cama del doctor es como una cama del futuro! Porque al momento que me recosté y me acomodé, se movió al interior de una cueva metálica, completamente oscura. El doctor también le tiene miedo a la oscuridad como yo, porqué la cueva metálica se ilumino con unos focos largos y así ya no le tuve miedo a su cama del futuro.
Cuando salí de ahí, le dije a mi mamá que quería una cama como esa, y ella simplemente me sonrío. No sé porque desde ese día, mi mamá llora mucho.
El doctor me pidió que fuera a jugar al cajón de arena que se encontraba ubicado en  el cuarto más pequeño, donde había visto todos los juguetes para niños grandes como yo. Jugué durante mucho tiempo y justo cuando hacía un castillo de arena, apreció Chuy. Feliz, corrí en su encuentro y le pregunté como había llegado. Chuy no me contestó, solo sonrió y se sentó a jugar conmigo. Le platiqué a cerca de la cama del futuro del Doctor Dante, de la mesita, los juguetes que el Doctor tenía en su habitación, la plastilina, y todas las cosas bonitas que su mamá le había comprado. Lo invité a ir con nosotros a la feria, y Chuy dijo que si. Eso me puso muy contento.
Aquella tarde, mi mamá y mi papá nos trataron muy bien a los dos: nos compraron helados de vainilla, papitas con queso y crema, y un algodón de azúcar del tamaño de una pelota de fútbol. Nos subimos a los carritos chocones, y al dragón dos veces seguidas. A mi y a Chuy no nos dan miedo los juegos de grandes, y  también nos subimos a la rueda de la fortuna. Podíamos ver mi casa desde arribota.
No la pasamos muy bien aquella tarde, solo que yo me sentía cansado, igual que Chuy y nos quedamos bien dormidos en el asiento del carro. Cuando desperté Chuy se había marchado, y yo me hallaba en la cama de mi habitación. Mi mamá estaba sentada a un lado mío y me veía con los mismos ojitos llorosos que tenía en la tarde. No sé porqué mis papás me consintieron ese día; mi mamá me llevo unos dulces a la cama, y me dijo que tenía que tomármelos con un poco de agua. Me dijo que era mi medicina para que ya no me pusiera mal, y para que pudiera jugar en el parque con todos los niños. Le dije que no era necesario jugar con los demás niños porque Chuy jugaba conmigo siempre que íbamos al parque con mi papá ( yo no soy bien puto, por eso no le conté que mi papá se veía con la mujer de los chones rosas). Le conté que a Chuy invitaba a todos sus amigos y jugábamos a las escondidillas hasta que se hacía de noche.
Mi mamá lloró aún más y me dijo que era por mi bien, y que después de tomar “mi medicina” todo iba mejorar. Pero creo que estaba equivocada…

Después de ese día, me he sentido bastante extraño. Hace días que no he visto a Chuy, y tampoco él ha venido a visitarme. Mi mamá luce mas triste de lo que lucía antes de que yo me tomara “mi medicina”. Papá pasa la mayoría del tiempo fuera de casa, y cuando regresa solo deseo estar en el lugar donde antes solía jugar con Chuy; mi papá golpea a mi mamá y le saca sangre. Yo soy macho, y no lloro cada vez que me pega, pero me da mucho miedo que se acerque a mi. Dejó de comprarme juguetes, y pasa más tiempo con la señora de los chones rosas. Siempre que lo acompaño, la visita y le da muchos besos, como antes se los daba a mi mamá. Creo que eso es muy normal.
En la escuela, Rodrigo siempre mete mi cabeza en donde me siento para hacer popó y me dice que estoy bien loco por hablar solo. Nadie se junta conmigo, porque me tienen miedo, y yo no sé porqué. Extraño muchísimo a Chuy en la escuela. Tampoco lo veo ahí, creo que se mudo de ciudad.
Lo peor pasa cuando mi mamá me da a tomar “mi medicina”. Mi cuerpo comienza a temblar y yo no puedo evitarlo. Me duele mi cabeza y me siento mareado, con ganas de vomitar; sudo muchísimo, como cuando corría con Chuy cuando jugábamos a “Las atrapadas”, solo que ahora no corro. No soporto tomar esos dulces que mi mamá me da por las noches, porque siempre que tiemblo mucho, me muerdo mi lengua y me duele mucho.
Los amigos de Chuy dejaron de visitarme también, y por las noches, escucho ruidos en el closet de mi ropa. Veo sombras de monstruos con muchos brazos muy parecidos a los brazos de los pulpos que vi en el acuario; tienen colmillos como los que tiene Sansón, el perro de mi papá, y sus ojos se parecen a los de Sam, mi camaleón, del mismo color amarillo. Me recuerdan a los amigos de Chuy, ¡Solo que estos dan miedo! Hoy es la tercera vez en la semana que me hago pipi en la cama por ver a esas criaturas…
Ayer, mi mamá no me dio de tomar “mi medicina”. Nos sentamos a ver nuestro programa favorito, y mamá se quedó completamente dormida, después de tomarse un frasco entero de “medicinas” ¡Ella si que es valiente!. Fui a su habitación, agarré una cobijita y la arropé. No me olvidé de darle un beso en su frente, para que no olvide lo mucho que la quiero.
Salí a jugar al patio trasero. El carro de mi papá no estaba en el estacionamiento. Seguro estaba con la señora de los chones rosas. No había nada interesante por hacer. Pateaba mi pelota y esta rebotaba contra la pared, pronto me aburrí de ese jueguito tonto, y tuve la idea de subirme al árbol que está en mi patio para jugar al barco. Cuando llegué a la rama donde siempre me sentaba, ¡me encontré con una sorpresa! Chuy estaba sentado en el lugar donde solía sentarse, y me miraba con felicidad, mostrándome su boca chimuela. Estuvimos sentados por un rato, mientras le contaba las terribles cosas que me pasaban cuando me tomaba los dulces que mi mamá me daba. Chuy me dijo que no tenía que tomarme esos dulces, porque son malos para mi. Yo soy un niño obediente, y no quiero que me salgan cuernos de chivo en la cabeza, ni cola de vaca en las pompas. Por eso le voy hacer caso a Chuy.
Esta noche vienen sus amigos a jugar a mi habitación; dice que no voy a tener más miedo de dormir en la noche con la luz apagada, porque ellos van a quedarse para siempre hasta que yo me muera. Le dije que mi papá se había portado muy mal con mi mamá, y me dijo Chuy que los papás malos se van al infierno, tal como me lo había dicho mi abue.
Mi amigo Chuy y yo le preparamos una sorpresita a mi papá, para que no se vuelva a portar mal con mi mamá…
Seguramente no volverá a ser un papá malo, cuando descubra que agarramos su pistola de a de veras para dispararle en su corazón. Dice Chuy que a mi papá no le va pasar nada; solo le va hacer compañía a mi mamá por un “largo rato”… Por eso, mi amigo Chuy es el mejor, siempre tiene grandiosas ideas. Y lo mejor de todo es que… Chuy es idéntico a mi, solo que el es Chuy, y yo soy Jesús…