1 de noviembre de 2011

El Señor Conformista.

Amanece otro día en la Ciudad de México, y don Leopoldo se levanta un tanto apesadumbrado, como todos los días desde que un centro comercial se instaló a unas cuantas cuadras de su tiendita. Su mujer, doña Sara sigue dormitando del lado izquierdo de la cama. El sol aún no sale, y Leopoldo, al ponerse el zapato izquierdo se da cuenta que su vida no es lo que imaginaba cuando era jóven. Se siente acabado, y cansado de tanta delincuencia en su barrio; mira sus manos y solo encuentra unos surcos bien marcados en sus palmas, y cicatrices por doquier. Tan curtidas, y sus dedos acabados por la artritis que heredó de su abuelo. Su vida se siente ínfima en comparación con los anhelos de ayer, en los sueños que había fabricado su mente durante muchos años, sueños que deseaba cumplir.
Termina de atarse los zapatos de cuero marrón, acabados de tanto uso, – Me compraré otros en cuanto termine de pagar la tarjeta–, piensa, y se levanta con dificultad de la cama. Camina con sígilo para no despertar a doña Sara, y se dirige hacia la puerta que lleva a la accesoria donde tiene su "tiendita".
Prende el televisor, y como de costumbre, Loret de Mola dando  malas noticias; espectáculos llenos de artístas bipolares. Otravez encuentran cadáveres en Veracruz. La muerte de un lider. Y el resto del noticiero, es llenado con un reportaje de "La voz de México".
Busca las llaves de la cortina en el estante donde se encuentran las Sabritas libres de grasas Trans, a un lado de los nuevos pastelillos Marinela, libres de cualquier químico que haga de los niños de México aún más obesos. – ¡Puto candado! siempre me sales con la misma pinche canción – escupe Don Leopoldo, al intentar abrir el candado de su cortina sin tener éxito; tantas inundaciones, y largas exposiciones al sol lo han oxidado. Después de varios intentos, el desdichado por fin cede ante la oxidada llave y para ese entonces, ya son las 8:30 am. – Seguramente esos pendejos del Super ya tienen abierto, y todas las señoras irán a comprar el "lonche" de los niños allá – piensa Don Leopoldo mientras se sienta en una silla de madera tan vieja que apenas  soporta el peso del anciano.
– Buenos días don Leo. –Entra la señora a la tiendita y se dirige al viejo refrigerador True que tiene Don Leopoldo justo a un lado de la entrada. Al abrir el refrigerador para coger un cartón de leche la señora percibe un olor pútrido proveniente de éste y suelta una pequeña arcada.
–¿Que pasa doña Inés? –pregunta Don Leo.
–De nuevo se le descompuso el refri verdad Don Leo?
–¿No me diga que.... –hace una pausa el anciano.
–Si Don Leo, su refrigerador ya no enfría y aquí [señala el refrigerador] todo apesta.
–Haber dejeme ver... –Don Leo se dirige al refrigerador y percibe el mísmo olor que la señora Inés. Intenta soportarlo, pero el aparatucho despide un hedor como a perro muerto (carne descompuesta). –Pues llévese la leche doña  Inés, esas la metí ayer en la noche.
–¡No! Como cree Don Leo, mejor vengo más tarde para comprar el arroz que necesito para la comida. Muchas gracias, ¡Cuídese! –la mujer deja el cartón de leche encima del refrigerador descompuesto y sale de la tienda con prisa.

La mañana transcurre lentamente, y ni un cliente se acerca a comprar algo.
La hora de la comida llega con retraso y el viejo ya percibe el olor del guisado de jitomate y chipotle de Doña Sara. Se levanta tranquiamente de su asiento y cierra la cortina de la accesoria para ir a comer. –En cuanto tenga dinero de nuevo, voy a poner el cancel, para que no baje y suba la cortina –piensa Don Leopoldo mientras llega hacia el comedor y toma el lugar de siempre.
Comen tranquilamente los dos viejos, sin hablar, sin levantar la mirada, cortando la carne sistemáticamente, mientras que afuera, la vida en la ciudad comienza a disminuír de velocidad. Para ellos, todo el mundo luce igual desde hace un par de años.

El sol comienza a ocultarse, y en toda la tarde solo han entrado dos personas a comprar. Dieciocho pesos en la bolsa, es lo único que tiene Don Leopoldo hoy como ganancia de su negocio, y mientras cierra la cortina de su local, trata de pensar detenidamente, donde fue que todo comenzó a salir mal. En que punto de su vida, todo se volvió tan monótono, y aburrido. En qué momento su espíritu salvaje se amanzó y lo cambió por un espíritu decrépito y completamente vulnerable.
–Viejo, apurate que ya va empezar la Señorita Laura – le dice su señora cuando éste va entrando en la sala.
–Quisiera que la señorita Laura, o Rocío Sanchez me invitaran a su programa –dice él, mirando el televisor sin prestar atención a los diálogos estúpidos de la gente que se encuentra en el foro.
–¿Y porque viejo?
–Porque se ve que toda esa gente tiene suerte. ¿Ves? se visten humildemente como nosotros, y aparecen en la televisión. Tengan o no tengan problemas, han de ganar los millones por estar en la tele.
–Pero viejo, esas son puras mentiras. Ese programa no es de verdad... Todo es actuado.
–Parece... corazón, que no solo en ese programa todos actuan. Te has puesto a pensar...¿En el "hoy" que vivimos? Nadie es realmente lo que aparenta. Todos actuamos. Nos vestimos de ricos, siendo muy pobres, y aparentamos ser inteligentes cuando somos muy ignorantes. La sociedad es muy hipócrita...
–¿Eso crees?
–Asi mismo. Solo espero a que venga el día de mañana.
–¿Y entonces? ¿Que va pasar mañana viejo?
–Seguramente el próximo presidente va arreglar todos los desperfectos del pais, y la pobreza va terminar para nosotros, al menos me siento conforme sabiendo que Calderón muy pronto va decir adiós. Y guarda silencio porfavor vieja, porque está hablando la Señorita Laura...





Gracias por leerme.