9 de octubre de 2011

Historias de antaño.

La tarde luce apagada. No como cualquier día Domingo, donde las familias salen de su clásica rutina para ventilarse un poco de la hastiante semana. Es un Domingo gris; se percibe en el aire el aroma de la lluvia venidera, y el cielo comienza a rugir suavemente. Las aves que hasta hace unos instantes cantaban emprenden el vuelo para atajarse de la lluvia, y las personas que se encuentran sentadas en el parque hacen lo mismo, a otros no parece importarles el cambio climático y siguen caminando, y disfrutando del día gris.
Me dirijo hacia el Ex convento (Tlaxcala), con mi cámara en mano. Realmente no hay muchas fotos que tomar. El día es pésimo, hay mucho aire, y la gente me mira con desden cuando paso cerca de ellos enfocando con mi lente cualquier sitio, menos a ellos. Mientras subo tranquilamente la cuesta hacia el Ex Convento, con la cámara lista para tomar una foto me encuentro con un señor. Discretamente, levanto mi cámara y, apresurando el paso logro tomarle por lo menos tres fotos.
Me siento en una banquita a unos cuantos metros del señor, y lo examino detalladamente. Me recuerda mucho a mi abuelo (mi garganta se vuelve un nudo).
–  Me recuerda mucho al Don. –le digo a mi mamá y sigo observandolo con detenimiento. Ella asiente con la cabeza, al igual que mi hermana. 
Nos levantamos al mismo tiempo de la banquita donde estabamos sentados y nos dirigimos al Sr. Le vamos a comprar algo. No sé porque pero siempre me da mucha nostalgia ver a gente mayor que se parece mucho a mis abuelos.
Nos acercamos y el señor muy amablemente nos da las buenas tardes, y enseguida nos ofrece lo que esta vendiendo: Bastones, valeros, adornos, llaveros. Todo hecho a mano.
Le preguntamos si tiene familia, y orgullosamente nos dice que tiene hijos licenciados, e ingenieros, pero pues... [hace una pausa] él necesita trabajar.
– Yo trabajé en Estados Unidos. Cuando aún podía. Allá en la frontera de Estados Unidos y Canadá. Más o menos por el lago Michigan. Después bajé hacia el sur y estuve trabajando por Arizona y toda esa zona. Uh! [hace un sonido tan lejano, y de pronto sonríe]. Mi señora dice que anduve de vago, pero ¿ustedes creen que yo conozco California como si fuera Tlaxcala? –termina el señor con la misma sonrisa dibujada y mirando su mercancía. Levanta la mirada y prosigue contandonos su historia. – Después... ya que me regresé, con el dinero que me dieron me compré una camioneta muy buena. Fueron 42 mil pesos de los 100 mil pesos que supone nos iban a dar –termina la frase y guarda silencio durante un par de segundos...
Las grandes travesías del Señor Melchor.

Todo lo hace a mano, en un torno que tiene en su casa. La madera se la traen de distintos puntos de Tlaxcala, y él se va a los lugares concurridos a vender. Siempre vende algo. Nunca se queda sin vender nada, y ahora, el simplemente está "hechandose un descansito" porque viene de otro lugar de vender.
Mañana no trabaja, porque le traen material. Y mientras nos cuenta su historia, sus manos describen una larga trayectoría laboral, que no cualquier artesano independiente tiene oportunidad de contar.
Para finalizar sonríe de nuevo y nos dice: – Esto es hecho a mano, no es de mayoristas ni hecho en China. ¡Yo mismo lo hago!

No cabe duda que me hizo recordar a mi abuelo. Viejo donde quiera que estés te dedico este Post con mucho Amor.


Muchísimas gracias por leerme.



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